Un lavadero de Hortaleza de 1931 se erige como «espacio único» en Madrid

Redacción

Una pequeña fachada de ladrillo, en la madrileña calle Mar de Kara, esconde un lavadero popular inaugurado en 1931 en el entonces pueblo de Hortaleza que ahora, 90 años después, se erige como el único de estos históricos lugares que ha sobrevivido en la capital, y, pronto, como una parada de un «museo al aire libre» del patrimonio del distrito.

En el interior, alargado y estrecho, siguen intactas las tres pilas rectangulares que estuvieron en funcionamiento hasta finales de los años 70. La del fondo, más pequeña, era para lavar ropa de infecciosos; la siguiente, la más grande, para enjabonar y frotar la ropa; y la última para aclararla, situada estratégicamente al lado de la puerta para tender después en el prado que había enfrente y en el que ahora se alzan edificios residenciales.

Con las lavadoras ya popularizadas en los hogares de España, el lavadero municipal quedó relegado entonces para limpiar piezas grandes como cortinas o mantas, explica Juan Jiménez Mancha, director de la biblioteca municipal Huerta de la Salud, que durante una charla con Efe abunda sobre la historia de este espacio y sobre el arraigo de las lavanderas en el pueblo de Hortaleza.

En Hortaleza, como Canillas, el otro pueblo anexionado que compone actualmente el distrito, hay documentado desde el siglo XVII -«no sabemos si antes también»- que «mucha gente», sobre todo mujeres viudas, se dedicaban a lavar la ropa de «gente adinerada» de la capital, ubicada a unos siete kilómetros de distancia del pueblo.

Hortaleza contaba con dos lavaderos que existieron hasta mediados del siglo XIX junto a los arroyos de la Reja y del Quinto pero, como se encontraban a las afueras del pueblo y era laborioso el traslado de las prendas, se empezó a pensar en la necesidad de hacer uno más cercano a la población.

«Se tiraron cincuenta años hasta que al final» se inauguró éste en octubre de 1931, erigido «en parte» gracias a las aportaciones económicas de los habitantes del pueblo que se podían permitir hacer un donativo, y que incluyó notables mejoras, como una letrina, techumbre para protegerse de la climatología o agua corriente «nada más y nada menos que del río de Lozoya, del Canal de Isabel II».

Durante la II República, al no tener el Ayuntamiento manera de sostener económicamente la infraestructura, se hacían concesiones para la gestión del lavadero con tarifas, explica Jiménez Mancha, quien considera que después de la Guerra Civil el uso del lavadero sería más libre.

Las mujeres de la posguerra iban a lavar la ropa familiar en turnos semanales, y el lavadero se convirtió en punto de encuentro para ellas, donde se llevaban también a los niños de la casa.

Tenían «pocos ratos para su tiempo» así que el lavadero, donde «antiguamente pasaban la mañana o la tarde», les venía «ideal» para charlar, para juntarse con familiares y amigas, y después continuaban «como es debido» en el prado, e incluso llevaban la comida para amenizar la conversación mientras esperaban a que se secara la ropa.

Investigando han concluido que «no hay ningún» lavadero de estas características en la ciudad de Madrid, agrega el director de la biblioteca Huerta de la Salud, al tiempo que comenta que desde el centro comenzaron a interesarse por su entorno y conocieron a un histórico vecino que nació en el por entonces pueblo -Juan Carlos Aragonés, que falleció «hace poco»- que les puso sobre la pista del lavadero.

Todavía hay vecinos que recuerdan los tiempos en que estuvo en funcionamiento este «hito histórico» de Hortaleza, que forma parte de las visitas del programa Madrid Otra Mirada.

Las + leídas