El 87% de los jóvenes considera que la desinformación ha dañado la calidad democrática en España, un 67% dice que no puede confiar plenamente en la información que se encuentra en redes sociales y un 35% siente ansiedad ante la posibilidad de estar conviviendo con nosticias falsas.
Así se desprende del informe ‘¿Cuánto cuesta una mentira?, elaborado por Evercomjunto a la Universidad Complutense de Madrid con el asesoramiento de Fad Juventud, persiguiendo analizar cómo la desinformación afecta al bienestar de la juventud española.
A partir de una encuesta realizada a 800 jóvenes de entre 15 y 24 años, el estudio se estructura en tres grandes bloques que permiten entender el fenómeno en profundidad: hábitos de consumo informativo y la relación cotidiana con la desinformación; el impacto emocional de convivir con contenidos falsos o manipulados; y las consecuencias sociales y democráticas de esta realidad, desde la pérdida de confianza en medios e instituciones hasta la fatiga cívica y la desafección política.
El estudio confirma que el 70,3% se informa principalmente a través de redes sociales, muy por encima de la televisión o la prensa escrita, en una jornada digital que, en casi la mitad de los casos, implica entre 3 y 4 horas al día conectados. En ese entorno, donde se mezclan ocio, conversación y actualidad, 8 de cada 10 jóvenes aseguran encontrarse con desinformación con frecuencia, especialmente en contenidos vinculados a política, migración y conflictos internacionales.
Aunque un 60,9% sigue a medios de comunicación o periodistas en redes, su relación con la información se queda a menudo en la superficie. Así, gran parte de los jóvenes reconoce que se queda sólo en los titulares y que el contraste sistemático de los contenidos no forma parte de su rutina diaria. Sólo un 13% afirma verificar «siempre» lo que consume, mientras que la mayoría, el 59%, lo hace «a veces» y el 25% «rara vez».
Asimismo, el 67% de los jóvenes afirma que no puede confiar plenamente en la información que encuentra en redes sociales, lo que les «genera un estado de duda permanente y un cansancio cognitivo evidente». Más de la mitad, un 55%, se siente confundido o decepcionado cuando descubre que una noticia que consideraba cierta era falsa; un 63% reconoce sentirse frustrado al ver cómo los bulos se difunden entre otras personas y un 54% declara experimentar impotencia ante la rapidez con la que estos circulan.
Casi la mitad de los jóvenes asegura terminar mentalmente agotado tras navegar por redes sociales y un 35% confiesa sentir ansiedad ante la posibilidad de estar leyendo noticias falsas sin ser capaz de identificarlas. La respuesta de muchos jóvenes ha sido tomar distancia y un 31% ha dejado temporalmente las redes sociales por saturación y malestar, mientras que un 40% adicional asegura haberse planteado hacerlo.
«La desinformación no es sólo un problema de calidad informativa, es un problema de calidad de vida y de responsabilidad cívica», ha señalado Alberte Santos, CEO de Evercom.
Otra de las conclisones es que la «saturación informativa y la presencia constante de bulos» han dejado huella en la confianza de las nuevas generaciones hacia el sistema informativo y las instituciones. Sólo un 43,2% confía en los medios tradicionales, mientras que la confianza en la información que circula en redes sociales desciende hasta el 34,2%. La mayoría percibe que la desinformación no es un fenómeno aislado ni circunscrito a unas pocas plataformas, sino un problema estructural que contamina el conjunto del ecosistema mediático.
No es casual que el 87% de los jóvenes considere que la desinformación ha dañado la calidad democrática en España y que 4 de cada 10 crean que las instituciones no están preparadas para hacerle frente.
Según los encuestados, las mentiras y los bulos contribuyen a manipular la opinión pública, a aumentar la desconfianza hacia las instituciones, a agravar la polarización social y a desactivar la participación ciudadana. Esta percepción se refleja también en sus comportamientos: apenas un 24,6% forma parte de asociaciones o colectivos y, pese a tener edad para hacerlo, más del 40% reconoce no haber votado nunca.
EXIGEN RESPONSABILIDAD
El estudio muestra una exigencia hacia quienes controlan los canales por los que circula la información. Así, tres de cada 4 consideran que las plataformas deberían advertir de manera visible cuando un contenido es dudoso y un 67,6% cree que estas empresas no están haciendo lo suficiente para frenar la difusión de noticias falsas. También señalan a los medios de comunicación y a las instituciones públicas como actores clave en la construcción de un entorno informativo más seguro, transparente y responsable.
Al mismo tiempo, reclaman recursos para poder defenderse mejor. El 83,5% cree que aprender a detectar bulos protege su bienestar emocional, el 80,4% considera esencial saber distinguir entre información verdadera y falsa en los entornos digitales y el 63% quiere formación específica para identificar noticias falsas.
Más de la mitad indica, además, que sus centros educativos o su lugar de trabajo deberían ofrecer programas de alfabetización mediática. Para muchos, la educación en competencias informativas se perfila como la mejor inversión a largo plazo para recuperar la confianza y reforzar su vínculo con la democracia.
En este punto, Beatriz Martín Padura, directora general de Fad Juventud, ha recordado que que la solución pasa también por acompañar a los jóvenes en este proceso: «Llevamos años observando que los jóvenes no rechazan la información, lo que rechazan es la sensación de desorientación permanente que provoca un entorno saturado».
Por su parte, el profesor Francisco Muñoz, experto de la Universidad Complutense de Madrid, advierte que «la hiperexposición digital ha creado cámaras de eco que fragmentan la realidad y generan un auténtico ‘estado del malestar’, donde la saturación, la confusión y la desconfianza se han convertido en experiencias cotidianas para los jóvenes».